Hay un departamento en Taipei que habitó una historia que me gusta contar

Cuando estábamos planeando el viaje, apenas unos días después de que Taiwán decidiera abrir sus puertas al turismo post-COVID y antes de que la presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, generara (más) tensiones geopolíticas con China, su casero le informó que debía abandonar su departamento con exactamente 30 días de anticipación. No más y no menos, solamente cumpliendo con el acuerdo estipulado en el contrato. No tengo claro cómo fue el proceso de búsqueda del nuevo lugar, me lo contó cuando todo estaba resuelto, pero puedo imaginar que fue estresante. Como persona de la generación milenial que ha cambiado de residencia más de 10 veces en la vida, puedo entenderlo más de lo que me gustaría.

Por suerte, encontró otro apartamento en el mismo edificio, aunque esta vez en el piso 14 en lugar del 19. Cuando llegué, apenas había pasado unos días desde que se mudó. No había señales recientes de mudanza, pero era evidente que todavía no conocía todos los rincones. A pesar de ser un estudio pequeño, una de las primeras mañanas, mientras lavaba algunos trastes, me encontré sin saber dónde poner un cuchillo. Abrí un cajón con las divisiones típicas para cubiertos, pero estaba vacío y lleno de polvo. Sin más opciones, decidí medio sacudirlo, colocando ahí el cuchillo solitario.

Por la noche, cuando estábamos platicando en la cocina, se percató que faltaba un cuchillo. Estaba de buen humor y decidí hacer una broma, le dije que me gustaba dormir con cuchillos debajo de la almohada. Por un momento, se quedó estático y, sin pronunciar palabra, se dio cuenta de la razón para preocuparse: compartíamos la cama. No pude contener la risa y le mostré el cajón empolvado que había encontrado. Con alivio, me confesó que no sabía de su existencia. En su defensa, quien haya hecho el diseño de interiores había hecho un excelente trabajo de camuflaje. Así pues, aquel apartamento aún era un territorio por descubrir.

Antes de tomar el vuelo, me preguntó sobre qué cosas necesitaba para la vida cotidiana. Dije que no llevaría toallas y de ser posible, que también unas para la cara estarían bien. Al llegar había un gabinete lleno de toallas blancas idénticas entre sí, incluídas las del rostro. Como si hubiera comprado por mayoreo. Estaba justo antes de entrar al baño, como un autoservicio. Fue de las primeras cosas que me enseñó al entrar a su casa. Justo después de mostrarme el espacio donde dejar los zapatos. Después limpió las rueditas de mi maleta. No sé si eso es algo común, yo nunca lo he hecho y no había visto a alguien que lo hiciera pero me hizo sentido. Me enseñó a usar la lavadora, cómo desechar el agua del deshumidificador, el sistema de reciclaje de basura y sus diferentes categorías, entre otras cosas. Días más tarde, tuve que pedirle nuevamente los tutoriales, dado que había olvidado la mitad de las instrucciones.

Exploramos el apartamento y asumimos que anteriormente vivía una familia joven allí, ya que había indicios de seguros infantiles y un mueble que no era exactamente un mueble, sino un gran cajón que se desplegaba para convertirse en un área de juegos, como un corral. Tecnología taiwanesa, supongo. Nunca había visto algo así antes.

Un día la lavadora se descompuso. Él llamó al casero y días después dos técnicos llegaron. Luego me contó que habían sido técnicos autónomos, no del seguro de la compañía, porque así le salía más barato al casero. Pensé en cómo el sistema parece tener grietas, pero en realidad es un círculo vicioso. Dos técnicos que reparan electrodomésticos a domicilio más barato que en el sistema “establecido”, es decir, un seguro, pero que a su vez, tienen que lidiar con la precarización laboral para sobrevivir. También pensé en cómo ser casero no es un trabajo. A mi me da la sensación de que cuando algo se estropea casi que tengo que pedir un favor para que lo arreglen. Además de que todos los inquilinos absorbemos una labor de darle seguimiento al mantenimiento porque los caseros no suelen hacerlo de forma continua o preventiva, es decir, hay que estar en un constante juego a la ofensiva para reparar cosas de un departamento por el que solo pasamos. Deja tú a la regulación, al acuerdo social le falta estándar de bienestar y le sobre normalización de la precarización. Eso sí que lo he visto antes. Entiendo que esta y todas las veces que los inquilinos anteriores intentaron reparar la lavadora no fueron suficientes porque días después llegó una nueva. Obsolescencia programada creo que sería el diagnóstico, considerando que la lavadora no tenía ni 3 años. Así que volvimos a lavar las toallas que ya se estaban acumulando.

Entramos y salimos de ese depa constantemente. Después de una semana ya había cierta rutina. Él se levantaba a las 7am y se iba a trabajar. Yo como a eso de las 9am y tenía una mañana lenta, como me gusta. A veces salía con rumbo y a veces no. Alrededor de las 3pm nos veíamos. Él tenía algunas actividades planeadas: visitas a museos, parques, algún lugar peculiar que sabía que me gustaría, o algo kitsch. Yo sugería algunas cosas que me habían parecido interesantes. Habíamos organizado las actividades que nos interesaban a ambos para hacerlas por la tarde, y las que solo me interesaban a mí por las mañanas. Recuerdo mucho un lugar especializado en papayas que estaba en una gran esquina: paletas, helados, agua, dulces, malteadas... todo de papaya. Lo único que no tenían era papaya con chile. Supongo que a veces uno puede ser demasiado mexicanx en otro contexto.

Por las noches cenábamos fuera e íbamos a casa dando un paseo. Recuerdo haberme sentido en confianza pronto porque ya había empezado a hacer ademanes que me hacen ver un poco ridícula, como poner las manos en la cintura cuando estoy hablando en serio, como un personaje de dibujos animados. 

Un día, aún con jet lag, decidí comprar flores. Yo no habría hecho eso de comprar las flores si no me hubiera sentido bienvenida. Lo hice varias veces durante mi visita de poco más de tres semanas. Incluso llegué a tener una florería favorita en el barrio.

El objetivo acá no era ni luchar contra la distancia o la geopolítica, ni encontrar al amor de mi vida. Al menos no al amor romántico, sino al vacante, al que explora. Acordamos contar lo que nos gustaba y lo que no porque es que si no no habría manera de ser consideradx y de cuidar el espacio compartido. Para ser honesta nuestra historia me recordaba a "Lost in Translation" de Sophia Coppola, así que tuvimos el objetivo improvisado de encontrar una peluca y un karaoke. Yo canté ‘Always’ de Bon Jovi y él me hizo comprometerme a que no revelaría nunca la canción kitsch que escogió. A mi ni me gusta el karaoke pero la creación de este recuerdo me parece una maravilla. Creo que él se sentía más cercano a "In the Mood for Love" de Wong Kar-wai, pero proyectar las impresiones o reclamos de otros tiempos no era algo realmente latente.

Cuando el jet lag de regreso seguía su rumbo como la vida misma, le escribí para decirle que le extrañaba, así como la pequeña rutina que habíamos sostenido. Él respondió que al regresar a casa por las tardes sentía mi ausencia en el departamento. Supongo también que habrían más toallas limpias y un deshumidificador que se llenaba más constantemente. 

Mientras el duelo aún fluía en mi vida cotidiana ‘real’, le envié flores de mi florería favorita. Esa fue la última vez. Al poco tiempo él se mudó no solo de departamento o barrio, si no que de país, a uno donde no tenía ningún amigx aún. Había obtenido una oferta de trabajo que estaba buscando. Ahora tenía que preparar nuevas clases para la nueva asignatura en una Universidad no tan nueva y una serie de cosas más que vienen incluídas en el proceso de migración. Además ahora tenía que aprender un nuevo idioma, sumado a los otros tres que ya sabe, también como resultado de otros procesos de migración. Supongo habrá pagado alguna multa porque no cumplió el año de alquiler que indicaba el contrato. Quien sabe quien habrá disfrutado de tener lavadora nueva en su nueva mudanza, pero hay un departamento en Taipei que habitó una historia que me gusta contar.



Gatos en basureros

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